Jane había tenido éxito en todo. Tenía un negocio rentable, un bonito apartamento en Londres y había conseguido distanciarse de su pasado. Hasta que, cuando menos lo esperaba, Gabriel Vaughan irrumpió en su vida.
Su instinto de supervivencia le decía que se alejara de aquel hombre si no quería que terminara reconociéndola. Pero Gabriel estaba decidido a seducirla. A pesar de la atracción que sentía hacia él, Jane tenía la obligación de recordarse por qué había tenido que cambiar de identidad. Por qué, habiendo sido una rica heredera, había tenido que convertirse en una mujer normal y extremadamente discreta.